viernes, 26 de junio de 2009

LA MURALLA


FOTO: Coralia Rivero

• Más de un siglo transcurrió desde que comenzaron las gestiones para la construcción de la muralla, alrededor de la ciudad de San Cristóbal de La Habana, hasta su terminación.
La idea surge después del ataque del corsario Jacques de Sores en el año 1558, que dejó a los pobladores con una gran sensación de desamparo. Pasaron muchos años para que existieran todas las condiciones requeridas, pues tanto el factor económico, como la carencia de fuerza de trabajo y la diversidad de opiniones de ingenieros y gobernadores dilataron el proceso, hasta que al fin, después de acoplarse todos estos factores, bajo el gobierno de Francisco Rodríguez Ledesma, se dio comienzo a esta obra.
En 1603, el ingeniero militar Cristóbal de Roda fue el encargado de hacer el proyecto del amurallamiento, que inicialmente fue realizado con troncos de árboles y después de piedras.
La muralla se levantó primero por el lado sur, donde se fijó una lápida con la fecha del 3 de febrero de 1674 y se concluyó hacia 1797. Desde entonces fue un elemento integrante del complejo defensivo de la ciudad, junto a las fortalezas del Morro, La Punta y La Fuerza. Su estructura se realizó con 1.40 metros de espesor y 10 metros de altura, abarcando por su parte terrestre, desde el Arsenal (actual Terminal de Ferrocarriles) hasta el castillo de La Punta, y por la parte marítima, desde esa fortaleza hasta el Arsenal.
El muro tenía la forma de un polígono irregular y contaba con nueve baluartes y 180 piezas de artillería. El foso que la rodeaba y que nunca llegó a tener agua, era poco profundo, pero bastante ancho.
En su inicio, tuvo solo dos puertas, la de La Punta, al norte, y la de La Muralla, a la altura de la calle del mismo nombre, al oeste. Otras se abrirían posteriormente, las de Colón, Monserrate, Luz, San José, Jesús María y el Arsenal. La que aún se conserva en las cercanías del muelle La Coubre, recibió el nombre de La Tenaza.
Muchos de los habitantes de la ciudad vivían fuera del muro y pasaban de un lado a otro cuando se abrían las puertas, anunciado por un cañonazo a una hora determinada: a las 4:30 de la mañana, al toque de diana, su sonido indicaba que debían alzarse los rastrillos, tenderse los puentes levadizos y abrirse las puertas. El de las ocho de la noche, al toque de retreta, anunciaba el cierre de las puertas y nadie podía entrar ni salir de la ciudad.
En sus inicios el disparo se hacía desde el buque de guerra que servía de Capitanía; luego empezó a hacerse desde la fortaleza de La Cabaña, y con el tiempo cambiaron la hora y entonces el cañonazo empezó a escucharse a las nueve de la noche solamente, hasta nuestros días.
Ya en el año 1863, durante el mandato de Domingo Dulce y Garay, gobernador de la Isla, existía un crecimiento de la población que se convertió en un obstáculo para el tráfico y el comercio, a través de la muralla, más por la poca utilidad militar de la misma, se pidió permiso a Madrid para derribarla.
Hoy nos queda, como patrimonio, algunas partes y sus garitas, frente al antiguo Palacio Presidencial (Museo de la Revolución), en las inmediaciones del viejo Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, en los alrededores de la Estación Terminal de Ferrocarriles y en la Avenida de Carlos Manuel de Céspedes.
Cada día, a las 9 de la noche, los habaneros verifican sus relojes con el sonido del cañonazo, que se realiza en una bella ceremonia militar en la fortaleza de La Cabaña, como una muestra más de nuestras tradiciones que tiene una gran atracción turística. •

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